6 de mayo de 2011

El Papa Cerrajero


Fue el gran cerrajero de los tiempos contemporáneos. Abrió puertas que parecían clausuradas para siempre; las puertas de la libertad en su Polonia natal, las puertas de la comprensión entre religiones y creencias ancestralmente enfrentadas (judíos, musulmanes, budistas, espiritualistas y deístas de todo el orbe), las puertas que inhibían a millones de hombres asumir su condición de miembros de una única especie condenada a entenderse o a destruirse. Abrió las ventanas del santoral a todas las razas y a todos los infinitos colores y calidades que componen la grey humana, y supo encontrar a Cristo en la sencilla bondad de los anónimos habitantes de Entebbe, Beijing, Buenos Aires o Nueva York.Extendió hasta el infinito la vieja ruta de Santiago en una constante e incansable peregrinación por el mundo, con la luz del amor y el reencuentro ardiendo en sus manos de antiguo campesino polaco. En vez de buscar imposibles templanzas ideológicas con el marxismo, pulsó las fibras del ser humano que habita en cada uno de los marxistas y los encontró en el ideal de construir un mundo más justo, como hizo con Sandro Pertini o Fidel Castro. Fue duro en la condena de hedonismos, consumismos y escapismos de todo género, pero en vez de blandir sobre las cabezas de sus víctimas la espada flamígera de la Justicia Divina, que dejó para Dios, regó sus cabellos con el rocío de la bondad y el perdón. Afrontó atentados, calumnias, diatribas e insultos con estoicismo adamantino y supo destrozar las armas de quienes se declararon sus enemigos con un golpe de su otra mejilla, en gesto de altiva firmeza y jamás de sumisión.Fue a la vez roca inexpugnable al oleaje de las bajas pasiones y fragante rosa de pétalos de seda para todas las debilidades de la condición mortal. Afirmó y proclamó verdades eternas y asumibles por todos los hombres de buena voluntad, al tiempo que exhibía la sutil delicadeza de la seda ante quienes buceaban en las nocturnidades de la existencia en procura de asir esas mismas verdades. Cambió el mundo tal vez más que ningún otro ser humano en los últimos treinta años, pese a lo cual aún hay simples de espíritu que lo tildan de conservador. Líder ecuménico por vocación y esencia, dio pasos de gigante hacia el logro de la más formidable de las revoluciones: la de hacer que los seres humanos se encuentren en la fraternidad y el mutuo entendimiento.Su memoria brillará por siempre en el infinito de los horizontes hasta el advenimiento de la Parusía que permitirá a todos los hombres de todos los tiempos abrazarse y amarse en el seno cálido y augusto de la fuente primigenia de la vida y la luz.(*) Texto publicado el 2 de abril de 2005 en el suplemento que editó El Observador en memoria de Juan Pablo II.